“Todas las cosas, a las que me entrego, se enriquecen y me disipan”.
RAINER MARIA RILKE
Larga lista.
A cada uno le encontré lo suyo.
Cualidades diversas.
Atractivos diferentes.
Pero debía existir un factor común.
Todos inteligentes, divertidos, sensibles.
Caballerosidad, contención, empatía…
Todos me transformaban en una joven grácil.
Fui la más etérea infinidad de veces.
Realmente volaba.
Cada uno de esos vuelos fue de a dos.
Me gustaba que el otro direccionara.
Y así fueron años de vuelos intensos, transoceánicos.
Impregnada en la gloria, el viento me despeinaba.
No importaba nada, estaba con él.
Viajaba felizmente acompañada en esa alfombra mágica a la que sólo eleva el Amor.
Otro ingrediente.
Todos ellos tenían la Lámpara. Esa Lámpara que te concede deseos.
Me la cedían. Y yo pasaba horas haciendo pactos con los Genios.
Como si la alfombra y la lámpara fueran poco, siempre íbamos “en primera”.
Todo esto, a mil pies del suelo.
En las alturas el verbo era magia.
Conversaciones comprometidas, enriquecedoras.
De todos aprendía.
También dejé registros.
Cambio climático.
Alertas varias.
Arriba, no llegábamos e enterarnos.
Viento huracanado.
Tormentas con truenos, rayos.
Y sucumbíamos.
En cada descenso ellos caían parados.
Yo, de bruces, siempre magullada.
Si no era un golpe era un quiebre.
Siempre me quedaron heridas que aún hoy están claras.
Y me planteo el verso de Rilke…
A todos les di.
Cada uno obtuvo lo mejor de mí.
Hoy estoy vacía, como sin pasado.
Como una hoja en blanco…
Todos a quienes me he entregado tomaron lo mejor que pude dar y se evaporaron.