Dormido yaces con las alas rotas
a un costado de la amplia pista,
soñando con las nubes y el espacio,
que cruzabas en tus años mozos
al batir radiado de tus hélices.
Añoras tus coqueteos con la altura,
cuando luchabas con los vientos,
capoteando negras tempestades
o con el astro rey te embelesabas
en los cielos de azules inconfines.
Pareces un ave con mortal herida,
que gime al contemplar las otras
alzar el vuelo y encumbrarse
pasando por encima de tu cuerpo
que impasible el tiempo ataca,
aferrado como un gusano al suelo.
Permaneces con el vientre invadido
por las ratas, el pasto y la maleza;
el óxido que te corroe el alma
avanza lentamente al impulso de la lluvia
hasta carcomerte todo entero ...
desmantelado, te mueres apaciblemente.
Hasta que cualquier día una grúa
retire tus hierros convertidos en chatarra
y los deposite en un montón de escombros,
cual monumento incólume y perenne
al primitivo poderío aéreo del hombre,
que en mil guerras con fratricida técnica,
ensayó y perfeccionó tu fuerza.