Antonio Fernández López

FANTASMA.-

 

 

 

   He pasado mucho tiempo en el tranco de la puerta

contemplando miedoso la forma de la casa,

midiendo con el deseo sus dependencias

pero sabiéndome lejano al calor de sus paredes.

 

   En este momento he dicho: "¡Basta!.

Este es mi hogar, he nacido aquí,

formo parte de él como sus muebles.

Hasta el día de hoy he vivido en la calle

porque la calle era la casa de todos

y porque los compartimentos interiores

mantuvieran impecable la cualidad de disponibles,

pero he aquí que en este punto me siento un extranjero,

viviendo en un pais que no reconozco como propio,

en un espacio que no se parece al que me ha visto crecer,

y me doy cuenta que el lugar que he ocupado hasta el momento

no permite que me sienta vivo.

 

   Necesito, por tanto, decir: ¡Basta!

por expresa voluntad de desplazar el cuerpo hacia otros ámbitos,

en este caso, interiores.

Quiero conocer los mármoles del suelo con los que tanto he soñado,

mirar de arriba abajo las paredes,

identificarme en cada una de las habitaciones,

saludar el aire de primera mano palpando sus moléculas,

escuchar los fantasmas con sus formas y sus voces diferenciadas

haciéndoles que vivan sin contar con ellos

y gozando su miedo en el vacío.

 

   Quiero sentirme mío por primera vez.

Sé que la casa está compuesta de ladrillos, de pintura, de mármol y escaleras,

pero esos elementos los siento cotidianos,

los comprendo y no los siento extraños.

Me preocupan, en cambio,

los sueños que se pueden haber instalado en los rincones

los múltiples deseos que se han ido aposentando

con el paso del tiempo

sin que los haya podido descifrar de antemano

y ahora pretendan salir a la luz como si fueran ruidos que el calor dilata

y me lleguen en formas cuyo lenguaje no comprenda,

ocupando cavidades de misterio que he guardado intactas pensando en el mañana.

No puedo consentirlo.

 

   Tengo que abrir los ojos por completo,

sentir en mis pupilas el pálpito del aire nuevo,

identificar cada uno de sus ámbitos

y tocar con mis dedos sus ausencias

para sentirlas fundidas con mi cuerpo.

 

   Una vez dentro, cerrar la puerta con sigilo

para evitar que se distraiga

toda la intimidad que penetró conmigo.