María

Dualidad

Lúcida, joven, bella.

Toda una vida de caprichos.

En su casa, obtenía lo que deseaba.

Tras triunfos académicos regresó al país.

Extrañada. Y extrañaba.

Rictus que decía todo.

 

Terminó adaptándose.

Y comenzó a ejercer.

Éxitos en breve tiempo.

De casa al estudio, del estudio a casa.

 

Pilas de revistas femeninas.

Devoraba ese material.

Coleccionaba Vogue y Telva.

Amaba la moda.

Clásica, elegante.

Hermés en su cuello de Modigliani.

 

Conoció gente nueva.

Logró un buen grupo de amigos.

Bohemios, libres, desprejuiciados.

No eran de su estilo, pero  se sentía bien.

Brillo en los ojos, sonrisa permanente.

Y la primera transgresión.

Tenía en claro que no iría más allá.

 

En la semana asumía su rol profesional.

Selecta. Refinada.

Halo de exquisitez.

 

Sentía una incomodidad que no podía entender.

 Polaridades. Extremos.

Consultó con el mejor.

El psicólogo  la escuchaba, la observaba.

Disonancias. Incongruencias.

 

Quinta sesión.

El terapeuta interviene:

“Usted no se define: es una mezcla de chica bien y hippie irreverente”.

Se levantó y se fue.

 

Repitiéndose esa frase, entendió que algo de eso habría…

Contaba con dos vestidores.                                                               

En uno,  sus trajecitos, sus foulards.

Tacos altos, soberbias carteras, diez perfumes.

En su segundo, ropa grande, jeans gastados.

Zapatillas sin cordones, gorras y medias rayadas.

Además de su guitarra y signos de algún vicio.

 

Pasó el tiempo y se sintió peor.

Recapacitó.

Quiso retomar.

Su contradicción no le permitió  recibir ayuda.

Paradojas, enredos.

Anquilosada en la confusión eternizó dicotomías.