A la rosa
no le agrada la tormenta,
teme quedar
desnuda, sin pétalos.
Acurrucada,
en un rincón,
con sus espinas,
se pone a la defensiva.
Él no se da cuenta,
como de brisa
se transforma
en eso que tanto teme ella.
Le pide perdón
y dice que es pasajero,
no se repetirá,
ni mucho menos.
Ella,
se queda desconfiada,
ya la han dejado
desnuda, sin pétalos...