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Yo miro como se esconde el amor en el seno de los minutos el bostezo de los versos en el regazo de la noche triste el latido del suspiro convertido en beso de almendra que danza, meciendo su voz de canela en el viento. Siento el susurro helado que atraviesa mi aliento, el grito que destila una mariposa azulada y dormida que me lleva, lejos, cercana a la distancia donde se oye correr a los caballos junto a la ebúrnea luna de cristal y hielo. Oye como galopan, dos lágrimas de negro brillo en el silencio de la pluma del poeta enfermo, en la marisma del cielo en dos pupilas de tormenta nublosas, rendidas ante las olas de infinitos amaneceres sangrientos. No puedo ocultar el dolor de dos amantes alejados en mis versos y menos escribir sus sueños de espuma en prosa, no hay senderos de tristezas en invierno, solo resbalan incontenibles las estrellas en el cauce del ósculo de Noviembre. Yo escuchó el beso de la brisa en los labios de un clavel sonrojado la profundidad del corazón atormentado en la noche, a veces no tengo ni la mirada de las hojas del cielo que caen, caen y se las lleva el soplo de unos ojos infinitos. No veo la tierra que piso, seca y dura como el mármol ni los brazos de crepúsculo ardiente y desesperado que deja sus huellas, de miedos, temores y fríos con el último adiós del sueño hecho pedazos.