Navegan por el aire unos versos
hasta unas lejanas tierras,
esperando que lleguen a buen puerto:
a los oídos de una poeta.
Fecundó el grito a la lucha
con estelar polvo de poeta,
y alimentada con nueve lunas,
abrió los ojos una niña en Cuenca.
Los Andes le regalaron la fortaleza;
el esplendor se lo dio la selva;
quiso depositar Guayaquil
el cacao en la piel
de esa formidable mujer
querida por ti, admirada por mí.
Mujer que lleva dentro
el aroma de la mar salada
y el firmamento entero
en el brillo de su mirada.
Para ti, Sil.
Para ti, compañera