Antonio Fernández López

FRIO.-

 

 

   Ni el sol de Julio poderoso y reluciente,

ni la flor de la vida que me corre por las venas,

ni la ilusión intacta, ni el material del gozo

que impregna cada fibra, que me envuelve,

me permiten acceder a la esperanza.

 

   No poseo un solo argumento,

una razón, un horizonte, un sueño

con que elevar mi brazo para indicar futuro.

 

   Me llego al corazón,

ausculto minucioso sus bordes ondulados,

sus cavernas interiores, sus tonos de color,

la fuerza con que mueve los hilos de mi vida

pero por más que intento concentrarme en sus latidos,

que estudio los matices de su ritmo acompasado,

que clavo en él mis ojos a la espera angustiosa

de un signo, de alguna luz de vida,

no me ofrece otra cosa que sus fríos acordes,

mecánicos sonidos de latón y de muerte.

 

   Desde el ayer me invaden mis sueños indefensos,

con sus caras de niños de rosadas mejillas.

¡Compasivo, mi cuerpo se ha revuelto,

espantado ante el sórdido presente,

y pretende consuelos que guarda en mi memoria

como salvoconductos que me saquen del paso,

de momentos sin brizna, ni sonido, ni caricia,

incapaces de ablandar la dura roca en la que habito!.

 

     No es difícil caer en tentaciones,

y caigo,

soñar con paraísos con ropajes de estreno,

y sueño,

que pongan en tus labios el beso compasivo,

y beso,

la dulzura momentánea del engaño inocente.

y bebo de su fuente hasta saciarme.

 

Todo mi impulso se desplaza, deslumbrado por el brillo,

a la alucinación a la que me somete

el archivo del recuerdo que intenta defenderme.

Quiero tocar la dicha a toda costa,

viajar en la distancia,

situarme frente a frente, de cara al horizonte.

Disfrutar este golpe de poder de la añoranza.

 

Es más, en este instante bendigo mis recursos,

doy las gracias

a este bálsamo que brota en mis arcanos

disfrazado de cálido refugio,

de manso engaño, de disculpa complaciente.

Agradezco el intento

de los amigos mecanismos interiores

y valoro su interés por salir en mi defensa.

 

     Pero la verdadera dimensión es piedra,

se llama piedra, exclusivamente piedra,

la única figura que dibuja este momento.

( ¡CUANDO SEA MAYOR QUIERO SER PIEDRA,

he dicho tantas veces! ).

Pues ha llegado al fin, es la hora del frío de la piedra,

donde la vista no cuenta con espacio, el sueño sobra

y el pálpito de vida se hunde en el vacío                   configurando sólo la dureza del plomo, helada, quieta,

arrinconada al filo de todos los caminos,

quizá siempre a la espera del momento adecuado

o tal vez de reliquia,

esperando el olvido como todos los muertos.

 

   ¡Por fin se llama piedra mi corazón de fuego!.

¡Tanta llama y camino, tanto impulso y desvelo

concentrados ahora en un cuerpo yacente

postrado sobre el suelo,

escombro de esta vida que devora cuanto crea!.