I
Vuelvo a medir
de piel en piel
tu barro.
¿Cómo,
breve, tu arcilla,
cambia, moldea?
Montaña erecta,
mole quebrada,
peñasco:
cumbre
erosionada
por el cansado
estero.
Rósea
veranda en donde
se mira el brazo
de agua que forma
tus blandos vértices.
II
Un alfarero
que, cincelando
tus carnes, río
se hace, de palmas,
de tacto trémulo;
en jarra, en vaso,
ya te convierte.
Cazuela al fin,
en su crisol,
besa la hoguera
aquel postrer
rocío.
Ciervo
de todo barro,
cual el amante
al que es amado,
quedo, alfarero,
con mis caricias,
de tu figura.