rodulfogonzalez

RUEGO

 

Te suplico humildemente, Señor omnipotente, que no me obligues a poner la otra mejilla cuando sea golpeada en una, porque te desobedeceré.

Permíteme, sí, que huya rápidamente de mi enemigo para no seguir siendo maltratado.

Permíteme, sí, que reprima mis impulsos agresivos para no golpear igual o en mayor medida a quien me hiera.

Sé, Señor omnipresente, caritativo, generoso y tolerante, que al desobedecer tu sagrada voluntad me expongo a sufrir el castigo divino que mi rebeldía merece.

Pero es que yo no soy, Señor misericordioso,  como el sándalo, esa planta maravillosa de poderes curativos, que perfuma el hacha que lo hiere.

Ni soy San Francisco de Asís, el piadoso predicador de la palabra divina que le dio un beso al leproso.

Ni soy Fra Angélico, el que por respeto pintaba  los ángeles de rodilla.

Sencillamente soy un pecador que te suplica humildemente que coloques a mis enemigos a mil leguas de distancia para no sufrir el bochorno de su presencia y el temor de ser herido.

 

 Ilustración: Jhosué José Fernández Rodulfo.