Me encuentro en una
desastrosa situación financiera.
Gasto mis últimos pesos,
tratando de economizar.
No me alcanza la miserable
jubilación que cobro.
Toda una vida trabajando,
y cuando llega el momento
de descansar, después de
décadas de sacrificio
y esfuerzo, tengo que buscarme
hacer una extra para poder sobrevivir
dignamente. Hay responsables
de mi situación económica.
Ellos que vivan en sus palacios,
y nosotros, pobres jubilados,
tenemos que cobrar
la mierda de jubilación
que cobramos. Pluralizo
porque no soy el único
jubilado que cobra unos míseros
pesos... pero, todo aumenta,
tenemos que ir a hacer compras
fijándonos primero en el precio,
y después en el producto.
Rico país el nuestro,
excelentes gobernantes
que nos hacen la vida ostentosa
y feliz. Vivimos como príncipes...
del hambre y la miseria.
Esto nunca finalizará.
¡Qué será de la pobre
futura generación!
¿Quién salva a nuestra Patria?
No he de estar para saberlo.
Hoy se me presentó
una linda changa.
Una familia amiga muy pudiente,
me ofreció un trabajo de sereno.
Por lo que me pagarán,
me tentó el ofrecimiento.
No el lugar.
Me ofrecieron ser custodia
de un panteón, en el
cementerio, por supuesto...
El amigo que me propuso
tal trabajo, se reía al relatarme
lo que les había sucedido.
Ladrones entraron en el panteón
familiar, y robaron caros candelabros
y un finísimo crucifijo.
Forzaron la puerta, entraron
y robaron, así de simple.
Este amigo en realidad
se reía porque imaginó
que yo habría de tomar
el ofrecimiento con pánico
u horror, se equivocó.
Ni siquiera me inmuté.
"En una de esas, estoy
más seguro entre los muertos,
que viviendo al lado de los vivos",
le respondí. Grande fue su sorpresa.
Me observó con admiración.
Pactamos, a manera de prueba,
lo que me pagaría por una noche,
hacer de custodia de sus muertos.
Previa autorización de la
administración del cementerio.
Cené en casa...fui al cementerio,
el sereno me abrió la entrada principal.
Había una inmensa luna llena
que iluminaba el camino
a mi destino. Llevé una linterna,
por si la necesitaba.
Casi no fue necesario.
Con su respectiva llave,
con su cerradura ya cambiada,
abrí la puerta del panteón,
y entré... anticipadamente
me habían dejado instalado
un muy cómodo sillón.
Me siento. Podía divisar
lo que en él había.
Placas de ónix cubriendo
el cajón de cada uno
de sus tres muertos.
Silencio, silencio total...
Me quedé pensando,
pensando en la paz de esos muertos...
¡Cuánto silencio!...
Hubo un momento, cuando entre dormido
estaba, que me pareció escuchar
un extraño ruido, o sonido...
algo así como si algo,
o alguien golpeara...
no sé qué, tal vez...
alguno de los cajones,
de los muertos...
Lo escuché en el transcurso
de la madrugada,
dos o tres veces, ese sonido,
o ruido... al entrar allí,
había cerrado con llave la puerta.
¿Lo habré hecho para estar más seguro?
Tal vez...
después recordé lo que
le había dicho a mi amigo:
"En una de esas, estoy más seguro
entre los muertos"...
Recordé estas palabras...
y me quedé más tranquilo.
En realidad, no me sentí mal,
no tuve miedo.
A pesar del tremendo silencio,
me sentí tranquilo,
si no hubiese sido por ese sonido...
Pude dormitar un poco.
A las seis y media de la mañana,
abandoné el panteón.
Ya la puerta principal estaba abierta.
Salí. Tomé el ómnibus.
Llegué a casa. Tomé el teléfono.
Hablé con mi amigo,
uno de los dueños del panteón,
le dije:" Misión cumplida, hermano".
Una changa, tranquila, silenciosa...
y con un efecto especial...
sonido que salía de uno de los féretros.
Todos los derechos reservados del autor (Hugo Emilio Ocanto - 05/03/2013)