No es tu sonrisa, bella dama, enigmática como la de La Gioconda, sino abierta como un libro con toda la sabiduría del mundo, la puerta que conduce a la libertad y el aljibe de la escondida covacha que me sirve de ermita para orar al buen y poderoso Dios que rige nuestros destinos y nos premia o nos castiga según obremos.
Esa sonrisa, bella dama, que tú generosamente obsequias a quien necesita de ella para reconfortar su espíritu, es un espejo mágico donde se reflejan la alegría en su nivel óptimo, el río de caudalosas aguas que, aun sabiendo que morirá en el mar, no deja de hacer su recorrido y, si encuentra un obstáculo, se sumerge en la arena y cumple la voluntad de Dios, o la música de los pajarillos sobre los esbeltos árboles o encima de los diminutos arbustos.
Que nunca desaparezca de tu rostro, bella dama, esa sonrisa de vida plena, de alegría y de cautivante poesía.