Aquí los castillos que fueron bosques
sin encanto, soledades arrinconadas;
los labios del usufructo, lánguidos
enigmas en el hechizo de la imagen.
Laberintos asolados tras la fruta envenenada;
desalada bruja de imbricada piel
con arrugas en el tiempo y serpientes en ojeriza.
Acá, los mismos de entonces
casi no somos apenas reflejos,
solo ecos de un sueño fragmentable,
los más sabios del fruto macerado,
sorbiendo cada gota del ansia reflejada.
Todos aquí como si nada
en las tareas de por si acaso,
poblándonos de astillas y aguaceros,
jugando a los labios con besos cristaleros,
madurando el redondo abismo hacia el final del espejo.