Le pedía al Cielo
siempre las mismas cosas.
Pero, se me ponían viejas,
o perdían su valor,
como pétalos, la rosa.
Aprendí a ver, dolorosamente,
la verdadera fortuna.
Estaba mas allá
del plomo de la balanza
o la gloria que se suma.
El tesoro que buscaba
me llenaba la mochila.
Era la razón,
del peso, en el corazón,
de todos los que me querían.