Para Arelis
Incansable viajero, tenaz orfebre de ilusiones fugaces, poeta de dolorido canto, debí cabalgar muchas lunas en mi raudo potro de ensueño buscándote en el reducido contorno de un universo que sólo existe en la infinita excelcitud la imaginación y en el sencillo gesto de la ingenuidad.
Y cuando al fin cesó mi búsqueda, porque te presentaste sin la galantería de la espera, envuelta en violáceo traje, esplendente como el simbolismo de la cómplice tarde, y risueña cual el rostro de la inocencia infantil, desapareciste fugazmente, al igual que la estrella de mirífico cielo y que la silvestre flor del camino, donde tantas veces apoyé mi cansado cuerpo, luego de agotadora jornada.
Y como ahora sé que existes, que no eres la imagen incorpórea de un sueño tiernamente construido, aunque inalcanzable, porque mi potro ha envejecido, mi voz se ha quebrado y la luz de mis ojos es ahora apenas leve resplandor, he regresado a lo cotidiano, a lo simple, porque tu recuerdo, amada, la seguridad de tu existencia, han obrado el milagro de reconciliarme con la vida, voluble, hasta tu fugaz aparición.
¡Cómo quise que en vez de breve tu presencia hubiese sido eterna¡ Habríamos ido, ¿verdad?, a llevarle flores a Amal y su pequeña amiga Sudha, y guiados por El Principito habríamos emprendido un viaje, cargados de libros, hacia todos los confines de la tierra para leerles cuentos a los niños y enriquecer el maravilloso mundo de la imaginación infantil.