Tenía quince años, grácil el andar,
la figura como las palmas,
el reír sonoro, profundo su mirar
y como el clavel, los labios sonrosados.
Las mejillas con el sonrosado de la aurora,
al viento la ondosa y negra cabellera,
el cuello de contorneadas formas,
y el rostro de delicadas líneas.
Toda ella, pureza y candor encerraba,
se fue metiendo palabra por palabra,
mirada por mirada, sonrisa por sonrisa
en los pliegues de mi mente y mi razón.
Corrieron los meses, los años; el destino
en sus caprichosos giros, unió a mi vida la suya
y del tal manera fundió nuestros senderos,
que hoy somos alma y cuerpo, corazón y vida.
Seis estrellas de aquella unión brotaron
que alegran nuestros días, nuestras noches;
por no dejar que su luz marchite ni fenezca,
sino que se avive y crezca, todo lo entregamos.
Se entregó a mi toda, su comprensión y su cariño,
su corazón, su alma y su bondad. Tres lustros
de sus sueños y desvelos me dio sin reticencia
sirviéndome cual esclava a su señor, enteramente.
Hoy que cumple un año más y que comparo
presente con ayer, encuentro que no en vano
a su fidelidad me he dado sin recelo
y la contemplo más hermosa en su candor.
Por eso mi pluma, estos versos le arranca a la musa
que otrora la inspirara con largueza y sin mesura,
para, como ramillete de floridos perfumes
a sus plantas dejarlo en ofrenda amorosa y sencilla.