¿Por qué el todo -siempre- se interpone en las mejores partes?
Una quiere todo y lo busca desesperadamente dentro de las líneas divisorias de una colmena.
En la corbata desanudándose en el instante preciso que clausuramos el miedo, mientras su misterio se queda, enredado en el último nudo de una página sin límites. Así de sencillo, es esto de quererse triste.
El sopor de una sonrisa que se exhala en el minuto decisivo del final del viaje y el comienzo de su tragicómica aventura. Porque los sueños llegan tarde a su realidad. Se confunden con el chirrido de un portón, al trisar el silencio que viene después de la lluvia y aquel olor moribundo exhalándonos de la acera. El olor de las lágrimas antes de morirse.
Antes de morirnos...
¿Cuántas muertes soportamos para seguir con vida?
¿Cuánta vida preservamos mientras el paracaídas de lo imposible se disipa de nuestras manos, y nos quedamos sujetos -protegidos- en el pequeño globo que encontramos extraviado de los dedos de un niño?
Una noche se termina y en la impronta de su desenlace, trazamos el desvío para la siguiente taza de felicidades con medias naranjas y enteras promesas. Y luego, una se pregunta, por qué es que nunca nos encuentra lo que no nos busca.
Así de sencillo es esto, de quererse triste.