Ya nadie toca la campana
ni se persigna frente al Cristo de la puerta.
Ya no están los sonajeros, ni las espigas de rosas.
El silencio es el dueño de la casa.
La lámpara, al lado del sillón vacío, se cubre de telarañas.
En la repisa, un viejo y empolvado libro.
Se respira una aparente paz
mas por todos los rincones
aparecen los recuerdos de los niños:
subiendo las escaleras enlodando los peldaños
con las huellas de paseos por el campo.
Momentos que afloran deshojados del encanto
porque el pasado no vuelve. Nada es igual que antes
y el recuerdo se apodera de la estancia y de la mente
para ser más elocuente y nutrir esos instantes