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Minerales indisolubles. (El engranaje)

 

(I)

 

Los años pasan por centurias,

y las centurias asoman ante estos ojos;

como hojas de otoño,

cuales reconocen, (dando por ciertos),

sus próximos días.

 

Quedan huellas.

Todos los pasos siguen un rastro.

Todos los pasos dejan huella.

... y esas huellas;

una perspectiva para la lectura.

 

Porque somos barro... quedan huellas.

Porque fuimos y somos agua...

llenamos pozos.

Saciamos lagos.

Somos todavía lluvia,

memoria y recuerdo.

Porque seremos aire:

daremos respiros.

Igualmente formaremos parte

de la tierra, del fuego que prenda y del cielo.

 

Como aire,

nuestro vuelo ofrendará,

a otros seres;

alas y movimiento;

será enseñanza su ejemplo,

(una elección u opción a contar).

 

 

(II)

 

Cada paso suele arrastrar

la carga de un cuerpo.

 

Cuerpo, donde cabe un corazón:

adentro.

Escondido tras la piel,

la piel, las fibras y los huesos.

Escondido, pero, ¡alerta!,

siempre abierto.

 

Devienen, los actos; como soplo del cuerpo.

Se conforman por una esencia,

que a su vez debe su qué;

a la voluptuosidad invisible y eterna,

del inagotable espíritu.

 

(III)

 

Riega, "la sangre".

Concede... provoca un motivo:

los pálpitos.

Roza y raspa,

saca chispas,

engrasa un motor,

hincha este corazón.

 

Y la sangre... sorbe razones e impulsos,

¡sorbe vampírica!.

Contiene aquel regusto ancestral que recuerda,

las ya olvidadas,(por voces y letras),

tribales generaciones.

 

Ella sorbe; los golpes y besos,

el amor las luchas y los deseos.

Sostiene extensas raíces,

que musculosas se afianzan,

más allá de un solo dueño.

 

Una gota de sangre

anda presa del deje vital.

Aunque aparente morir desangrada,

¡persiste!, sobrevive

a cualquiera de las inclemencias...

amiga de la transmutación

y entre conversiones.

 

La sangre: una playa que se extiende.

Desde los altos riscos hasta las planicies

... hasta los labios del mar.

Un mar lleno de polvo,

hecho con el polvo de muchas aguas.

 

« La sangre: un libro impreso

escrito, con un millar de minerales.»

 

(IV)

 

Yo; un naufrago

a lomos de las aguas del tiempo.

Desde mi isla observo, (adictivamente),

los detalles del horizonte;

las caracolas y los cangrejos.

La erosión de las rocas,

y a las gaviotas y a los pelícanos

que audaces se sujetan al viento.

Contemplo, los reflejos que quieren y reposan

sobre la dejadez de mi playa.

 

... aquí aguardo... a que mis manos se llenen también

con las arenas del tiempo.

Y así, con sus aguas y arenas

aprendo, pretendo dibujar;

un cielo limpio sobre la tierra.

 

(V)

 

Huelo.

No ceso de oler

el sudor del mar.

Huelo,

y al oler escucho;

olas orquestando

cantos de sirenas.

 

318-omu G.S. (Bcn-2013)