Entre mis manos la escarcha
se escapa en llanto al suelo
y los surcos renacen.
En mi espalda voy cargando
el inefable letargo de los tiempos
voy llevando la carga invisible
de una ternura desquiciada:
Los frutos de la inocencia.
Entre mis pies se pierde la vida
solo la podredumbre de la rosa
y el césped puedo percibir.
El cardo ya no me lastima.
Entre mis ojos oigo la inmovilidad
de mil álamos céreos y lánguidos
y mi mirada se pierde en un punto
que desconozco. Entonces
mi pensamiento muere blanco
y silencioso se escapa.
Entre mis oídos suena
una violeta verde e ininteligible,
entonces tengo la agilidad
del naranjal y la mariposa.
Entre mis sienes escucho
el constante repiqueo
de un reloj de sol, colocado
en los glaciares eternos
de los montes del olvido.
Entre mi cuerpo y la nada
-¡Oh visión admirable!-
voy por un túnel oscuro
con un silencio concentrado
e incognoscible.
Y en la nada me encuentro
con un paisaje todo blanco:
montes blancos, cielo blanco,
blanca el alba blanca,
solo mi cuerpo desnudo
tiene color. Y entre mi cuerpo
y la nada estoy sentado
esperando, tal vez, la llegada
de un todo vacío.