... Y vi al niño triste
postrado en el suelo.
¡Qué melancolía
había en su rostro
fino y angelical¡
Y me dije:
¿Qué lo turbará?
¿Acaso lo saben
el árbol o el mar?
Y oí una voz,
suave y musical:
-Vé, poeta, vé,
vé a preguntarle
al hermano árbol,
al hermano mar
que ellos lo dirán.
... Y he marchado al bosque,
primero a buscar,
al augusto árbol
sabio y vertical.
Le pregunté al hallarlo,
con voz singular:
¿Sabes tú por qué
está triste el niño?
Dijo el árbol:
-Yo bien que lo sé.
¿Lo ignoras acaso?
Vedle bien los ojos
y ellos te dirán
lo que me preguntas
con preocupación.
... Y he marchado al mar,
y ya junto a él, trémulo le dije:
-El niño está triste,
¡oh!, mar soberano
y no sé por qué.
¿Lo sabes, tú acaso?
Y respondió el mar:
-En verdad, os digo,
hermano poeta,
yo bien que lo sé.
Coged mil minúsculos
granitos de arena
y dadlos al niño.
Decidle: las envía el mar.
... Y he marchado junto
al niño otra vez.
Lo encontré en la plaza,
muy feliz jugando.
Y quedé perplejo
Y tan sólo pude
exclamar sonriendo:
¡No entiendo a los niños¡