Mi pulso plateado y yo tenemos un secreto erótico, profano, pecador. Ese pulso ha estado en un lugar prohibido, pero que excitante recordar donde estuvo cada vez que lo veo y lo uso. Y la gente lo mira, lo toca, me lo celebran, ¡si supieran donde ha estado! Ese pensamiento me causa un poco de vergüenza. A veces, temo que mi sonrojo me delate, al final nadie sabe, me digo, ¡que tonta! Pero el sonrojo mayor no es de vergüenza, y eso es lo peor, el calor de mis mejillas se debe a que al recordar donde ese pulso ha estado, me desordeno como Carilda1.