Un sauce seco, de lánguidas ramas,
que lamen la aurora y sus colores,
como un niño devorando Piruletas.
Contra su tronco casi vencido,
su espalda desnuda, hiriendo la carne
de nudos y cortezas.
Así se clavan en su alma
las eternas horas de espera.
Los ojos, sin guarida ni frontera,
observan el río inquieto
intuyendo la vida que alberga,
bajo su corriente no hay reflexión
sobre la existencia.
Mientras el día despierta
hallará en las frías aguas
el descanso que desea,
ahogando en silencio
los anhelos y quimeras.