Espinos clavados, rosas muertas, caídas en el suelo petalas, sin forma ni olor, sueños desechos, suelo teñido de rojo color de sangre. Pegados con las lágrimas caídas, de tristes ojos, nublados solo distinguido sombras del ayer.
El agua de la jarra está amarilla, las cortinas se mueven con suavidad con la brisa, también ellas tienen flores pero están con color e miran las que han muerto sin importarse.
Una desnudez invade la habitación, trastes viejos, trastes que fueran bellos, que testimoniaran momentos felices, temblaran con risas, hoy hacen parte de un pasado lejano, las manos que los han cuidado están arrugadas, señaladas por el trabajo, ahora vacías, sin nada a no ser el movimiento de pasarlas por ellos como a despedirse.
Es hora de marchar, otras manos rudas e insensibles, los cogerán e sabe Dios que le harán. El mismo que a su dueña, basura, es el destino.
Flores muertas en agua podrida, solo espinos han quedado, la belleza de su color en suciedad están en el suelo, pisadas, ya vendrá alguien a barrer e limpiar. No merece la pena recuerdos, ni despertar remordimientos a quien las ha matado.
Si algún espino la pica, sangrará sangre negro de maldad. Como antes en un carro de boyes, los trastes irán, para reciclar, cosas nuevas nascerán, menos sus almas, esas vaguearan por la habitación buscando su dueño.
De lejos, muy de lejos, en silencio, ella estará acariciando los trastes e las flores, como si estuvieran a su lado. El hombre puede matar, pero nunca matará, lo que no ve, en otra dimensión vive el alma, mientras la tengamos estamos vivos.
Hoy en otra habitación sin cortinas, la dueña de las manos arrugadas, una jarra tiene con flores artificiales, mejor, así nadie las molestará. No tiene casi nada, pero casi puede tocar sus cosas, recordar el tiempo en que las Ha comprado el gusto que tuvo, la alegría de tener flores naturales color roja en su habitación.
Quiere la dueña un ramito de rosas secas, regaladas por alguien que fue muy querido, que aún están en la habitación, de cortinas con flores besadas por la brisa e el sol de la tarde.
En su rincón, piensa en otros diecinueve de Marzo, día del Padre y San José, cuando ponía la mesa con flores, un regalo sencillo, a su Padre y después al Padre de su hijo, la comida era mejorada, ¡lo hacía con tanta ilusión!
Hoy, nada hace, no tiene a nadie para regalar algo, solo han quedado espinos y flores secas, con sus petalas en el suelo, sin color, pisadas, por el andar de la vida.
Bendiciones, a todos los Padres, que nunca dejen de tener el cariño de sus hijos, lo deseo de corazón.
Oporto 19 de Marzo de 2013
Carminha Nieves