No sabes cuan hondo dolor corroe el alma;
dolor que ahoga y no encubre lágrimas.
Estás ahí, solo, bajo el incesante sollozar de las nubes,
abrigado por tu cuerpo húmedo que reclama cobijo.
No culminas de saciar el hambre y la sed,
ni socorrer tu piel herida por el frío.
Se escucha el murmullo de tu triste vivir
y se lee-entre comillas- tu grito de auxilio,
para que entiendan los hombres -como tú, seres vivos-
que hay poco amor y mucho dolor en tu lánguido camino:
“No lastimes mi cuerpo como no lo haces con un niño;
bríndame un lecho cálido aunque sea a los pies de tu nido;
calma mi sed, pido agua no exijo vino;
aplaca mi hambre con mendrugo de pan que se quedó en el olvido.
Y si no quieres o puedes quedarte conmigo,
te pido gritar al mundo que necesito encontrar un amigo”
Tu diáfana mirada dará muestras de cariño,
si sientes el amor de un verdadero amigo,
ese que calienta tu cuerpo... entre sus brazos tibios.