(Managua, lunes 9 de mayo de 1994)
Un cielo limpio y azul.
Un viento fresco paséabase entre los árboles.
El pasto verde se deleitaba con la serenata de un río de arpas
y por las noches los grillos con sus violines tocaban.
Al amanecer,
un suave rocío bañaba las copas de los pinos y de jardines floridos,
en donde las mariposas se posaban
y las abejas libaban la miel, laboriosas y contentas.
Las bestias no eran fieras,
mansos retozaban en la tierra
y en el mar jugaban los delfines con las ballenas,
(toda la tierra de armonía estaba llena)
y el hombre se deleitaba en tanta grandeza.
Las aves revoloteaban felices y sus nidos no estaban tan altos.
De amor cubrían con sus alas el nido que albergaba a los nuevos críos.
Un niño jugaba a los pies de un árbol y su padre le observaba con cariño.
Subiose al árbol, destruyó el nido y como conteniendo un grave alarido,
la madre del crío, partió su pecho sin haberlo partido.
El niño en su inocencia siguió jugando sumergido
y en los labios de su padre brotó una sonrisa.
(Como la de la víbora cuando Eva mordió el fruto prohibido)
Así comenzó a perderse el paraíso y hoy,
no hay ríos, ni árboles, ni mansas bestias; sino fieras, y el hombre la peor de ellas.
Así comenzaron las guerras…así comenzó la destrucción de la tierra
Hasta que un día…la detenga un niño.