(Managua, Julio 31 de 1981)
Mujer, que encuentras en tu hermosura la trivial caricia de los hombres.
Tu belleza, que turba mentes y acarrea torbellinos de pasión... enloquece.
Mujer, que con fingidas zalamerías elogias al ser que, luego perderás...
que luego arrebatarás.
Y con tu belleza atrapas, envuelves y te cuidas.
Te cuidas tu rostro, te cuidas tu piel,
para traer amargura después de la miel.
Detrás de tus dulces ojos se encuentra el rasgo rapaz,
ese algo voraz que todo lo acaba, que todo lo arrastra, que todo lo yerma.
A tu paso todo queda vacío, amargo; como el paladar de los que esperan la muerte,
como el paladar de los muertos.
Mujer, que crees que tu belleza nunca muere, recuerda:
“Los años pasan y en la vida sólo nos queda un cúmulo de experiencias,
un cúmulo de recuerdos”
¿Y cómo serán tus recuerdos?
Serán como la hiel, y como la hiedra se enredarán en tu mente.
Morirán tus esperanzas al paso de los días, cuando veas la metamorfosis de tu cuerpo.
Y ese día, el día de tu partida definitiva, sin belleza, triste y pensativa,
te ahogará la espantosa idea de la fosa húmeda y fría
que encierra todos los cuerpos y los convierte en polvo.
Ese día, desearás haber tenido alma y nunca haber tenido belleza.