Entre dormida percibí que te moviste toda la noche. Amanecía. Levanté la persiana, preparé el desayuno y te invité a que te acercaras.
Respetaba tu silencio. Sé que no te gusta conversar de mañana. Tu gesto adusto y escurridizo evitó mi beso. Comenzaba a incomodarme.
Tomabas café y leías titulares. Insistente y demandante busqué tus labios: giraste y mi huella quedó en tu mejilla.
Camino a la oficina me molestaba la voz del periodista, aunque me preocupaba más tu silencio.
Me dejabas en la puerta. Entre encaprichada y angustiada fui por el fallido tercer beso. Molesto, murmuraste una sentencia: “A la noche hablamos”.