Preso de tus encantos, bien mío, obedecí dócilmente todos tus caprichos, aun los más inverosímiles, cual el esclavo a su amo, cual el león (pobrecito) al domador bárbaro o cual el adolescente a la primera llamarada de amor.
Y cuando me dijiste: “Ama” me convertí en un mar de amor que plenó cada átomo de tu cuerpo con una delicadeza angélica que tú recompensaste con una sonrisa singular que me transmitió la fuerza necesaria para seguir cumpliendo tus caprichos de niña mimada por la felicidad.
Y cuando me dijiste: “Canta”, ante mi sordera musical le pedí auxilio al pajarillo que alegra con su cántico la covacha que me sirve de morada poética y me prestó su trino, que te ofrecí como serenata única, y tú saltaste de alegría, cual chiquilla al recibir el primer beso del amado y la primera promesa de amor. Dos lágrimas diamantinas brotaron de tus ojos.
Y cuando me dijiste: “Llora”, de mis ojos, que tú iluminaste con tu propia luz, surgieron lágrimas cual dos impetuosas cascadas, una sulfurosa como la del río de Marabal de mis amores, y otra parecida al Salto Ángel del Parque Nacional Canaima en mi adolorida Venezuela.
Y tuvimos amor en abundancia.
E improvisamos cánticos amorosos.
Y lloramos de alegría, cual si fuéramos dueños del cielo,
de la naturaleza indómita y de todas las bondades.
Hotel Concorde, Buenos Aires, Argentina, 17-3-2013.