La lluvia continuaba arrancando sonidos a los
tejados,
creciendo en el cauce prolongado de las calles
y en el vértigo de las cloacas.
Seguíamos, discretos, asomados a la ventana,
cuidando no exponer nuestra desnudez tras los
cristales.
Nos rozábamos y era deleite el toque de las
carnes
expandiéndose por cada anatomía.
Tu vientre, que era seducido por mis manos,
se ofrecía sin pudor alguno
y en los labios, en nuestros labios,
aparecía una secreta sensibilidad
que ambos desconocíamos.
Reiterábamos la mímica no calculada
y el sopor de la lujuria,
las huellas sobre la piel,
así como el olor a sexo sobre las sábanas
confidentes.
De nuevo, era letargo perdernos entre la lluvia
y las calles,
más allá del tiempo universal,
poseídos por el recuerdo de otras vidas.