Y ese viernes,
Ahí estaba la viejecita sentada en el murito del corredor,
Recibiendo la brisa de la mañana,
Algo irrumpió su silencio de paz,
Llego su hijo a gritarle groserías,
Ella callo del muro del dolor de su alma,
El hijo,
Que hijo más mal nacido,
Que viendo a su madre caída,
No pudo ni levantarla,
Ahí quedo la viejecita tendida en el suelo.
Al llegar la muchacha que vendía cositas,
La vio en el suelo,
Ella sin ser su hija, se tendió en lágrimas,
Al ver a la viejecita.
La levanto del suelo donde estaba,
Las dos tendidas en lágrimas,
Una por el dolor de su hijo,
La otra por el dolor de ver a la viejecita.
La llevo a la cama, mas herida del corazón;
La dejo y la consoló un momento,
La muchacha siguió con su ventecita,
Y dejo a la viejecita en cama,
Esperando su recuperación,
El día lunes en el medio día, estaba la viejecita,
La viejecita entregándole el alma a dios,
Ahora su hijo solo recordara a su madre,
Su madre que lo quiso y el que la mato.
El día lunes,
En aquel murito,
Se sentaron muchas personas,
En la vela del adiós,
Aquellas personas que recordaran a la viejecita.