Tinieblas
Distintos sujetos contemplaban
los estertores del hombre atropellado
y hacían gestos nimios, comentarios,
mientras la gran balanza sopesaba el ciclo,
decidiendo cuántas hebras truncar de su existencia.
Un pasajero se cambió de micro,
el chofer explicaba acalorado a los de verde
y el cuerpo allí sin más conciencia ni recuerdo
que un horno aún encendido en una casa hace rato abandonada.
Era la hora de haber llegado con los hijos,
de besar a la esposa ante la mesa de la cena,
de bajar las cortinas al burdel del trabajo
y recobrar de un gesto todo aquel tiempo perdido.
Por eso se sentó, miró a los niños
lloró detrás de los ojos de su ausencia,
supo el vacío que heredaba a sus jornadas
y se crispó en la muerte, perdido ya en tinieblas.
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