Clavado…de pies y manos
(Viernes Santo)
Las calles de Jerusalén eran todo alboroto,
gente, trasiego, religión y también comercio.
Todo parecía lejano y ajeno
a la farsa de justicia contra un Hombre Bueno.
Mi amigo, con el que había compartido la Cena,
había sido injuriado por los hombres de dios
y condenado por el poder romano,
y los que eran sus mejores amigos…
lo habían negado.
Las calles de tierra, cascajo y piedras
iban a lacerar sus codos y rodillas,
y la gente, al verle pasar con la cruz a cuestas,
unos entre risas y otros con gran espanto,
no comprendían que el que cargaba con la Cruz
era un Hombre Santo, Dios, hecho Humano.
Ya en el Gólgota, cada golpe sobre el clavo
arrancaba en Él, dolor, y en su Madre el llanto.
Maria de Magdala, viendo su Amor clavado,
sostenía el brazo de la Madre
y de su discípulo Bienamado.
Sólo las mujeres y un jovenzano
acompañaron a Dios en su Calvario,
y con Él, con cada clavo, del mundo entero
los pies y las manos.
La muerte llegó de un lanzazo
y del pecho de Dios, hecho humano,
brotó sólo agua,
todo lo demás había sido ya donado.
Clamó el cielo y rasgó el Templo.
Y yo, que te contemplo, en silencio,
sólo sé rezarte con mi llanto.
Perdóname el haberte ignorado
cuando por Ti tanto había sido amado,
Oh Dios, mi Dios, mi Amado.