ClaudiaAlheli
BRUNO Y AGATA
BRUNO Y ÁGATA
Vivía Ágata, en la granja, de un pueblito de calles empedradas, donde todas las casas eran blancas, con techos de tejas rojas, algunas adornadas con jaulas que tenían pajarillos y otras con enredaderas que subían por los balcones.
Ágata, era una ratoncita blanca, con grandes ojos redondos y vivarachos, color miel, a los que enmarcaban unas grandes pestañas.
Vestía faldas, que ella misma confeccionaba, con pétalos de las rosas de su jardín, y las blusas que usaba, parecían bordadas de encaje, hechas con las flores de los alhelíes aromáticos, que temprano buscaba en las praderas.
Así, su ropa siempre estaba en buen estado y con un agradable aroma fresco y natural, como las azucenas.
En el oriente de la granja, cerca de un frondoso naranjo, que cuando estaba en flor, perfumaba con sus azahares, se encontraba la casa de la ratoncita. Para poder llegar hasta la puerta, había que entrar por un caminito que siempre olía a tierra mojada, porque Ágata, salía antes que se despertara el Sol, a barrerlo y a regar las flores que a los lados, ella sembraba y daban la bienvenida a quien la fuera a visitar
Dentro, en la cocina, sobre una estufa de leña, cocinaba Ágata sus alimentos, los cuales tomaba de una gran alacena, donde los tenía almacenados. Ahí se podía encontrar una multitud diferente de semillas, divididas en cajitas, diversos vegetales, algunos trocitos de queso muy bien guardados en frascos con etiquetas, pan dulce en bolsitas, todo en su lugar, muy bien acomodado.
En la sala, había unos confortables sillones cafés y un tapete verde, tejido con musgo, que Ágata, había recogido de un bosque cercano. Del techo, colgaba un hermoso candil, que ella fabricó con cuentas transparentes de vidrio, de un collar que se encontró en la calle, y curiosamente las unió con hilos de telarañas, que le regaló su vecina Carlota, una vieja araña que vivía en un rincón del jardín. Y así, bajo la luz de ese candil, por las noches se sentaban las dos a platicar y a tomar el té, pues hacía tiempo eran muy buenas amigas.
Un frío día, Ágata, fue al campo a buscar unas zanahorias para cocinar un caldo, y encontró una muy grande, tan grande, que cuando la sacó de la tierra… ¡se fue de espaldas y cayó sentada!
Del gran agujero que dejó en el suelo, al arrancar la zanahoria, apareció Bruno, un topo gris, bigotón, sucio, empolvado, maloliente, y con gruesos anteojos.
Frunciendo el ceño, y refunfuñando, se asomó para ver quien había sacado de la tierra, su zanahoria preferida, y que con tanto esmero, había cultivado.
El señor Topo, tenía muy mal genio, decía que la vida era muy fea, siempre estaba renegando por todo, y según él estaba ciego, que no lograba ver nada, hasta usaba un bastón para esquivar los objetos a su paso y no tropezar, (quizá no veía porque vivía en túneles oscuros bajo la tierra). Pero esta vez, afuera de los túneles y con la luz del día, nunca se imaginó ver a la linda Ágata, sentada en el suelo, cubierta de polvo y aún con las hojas de la zanahoria en las manos!
Al verla, quiso soltar una carcajada, pero se contuvo y pensó que estaba mal reírse un caballero como él, de una dama tan bonita, como ella.
De prisa, salió Bruno de aquel agujero, se presentó, y ayudó a Ágata a ponerse en pie, sacudió el polvo de su ropa, (que más la manchó con sus sucias manos), y le dijo que podía llevarse la zanahoria, pero, como la ratoncita se había lastimado un tobillo al caer, no podía llevar la zanahoria y los demás vegetales que había recolectado en su canasta, hasta su casa, y entonces, el señor Topo, como todo un caballero, le ofreció su ayuda y acompañó a la ratoncita hasta su hogar.
Se sorprendió al ver una casa tan limpia y ordenada, llena de flores. Además, desde que vió a Ágata, a través de sus sucios anteojos, le pareció la ratoncita más bella que había en el campo. (A pesar de no poder ver nada… según él). Ágata, agradeció a Bruno el haberla acompañado y haber cargado la canasta con los alimentos hasta su casa y lo invitó a pasar a tomar chocolate caliente y pan, junto al fuego de la chimenea, pues hacía mucho frío.
Al día siguiente, Ágata, muy temprano sin pensar en lo acontecido del pasado día, inició sus labores cotidianas, aunque un poco adolorida de su tobillo.
Pero Bruno…, no dejaba de pensar en ella, en lo bien que olía y en su casita tan limpia y ordenada. Y rápidamente, buscó su escoba y se puso a limpiar toda su madriguera, y a ordenar sus muebles. Hizo tanto polvo, que hasta tos le dio!. Terminó más sucio de lo que ya estaba, y cuando ya estuvo toda la casa reluciente, puso toda su ropa sucia en un costal y se fue por una veredita de helechos hasta el cristalino río.
Al señor Topo, no le gustaba nada el agua, pero pensando en Ágata, y aunque hacía frío, lavó toda su ropa y después, se bañó!!, también limpió sus gruesos anteojos, con los cuales, cuando regresó del río, pudo ver muchas mariposas, unas orugas comiendo sobre unas hojas, pájaros alimentando a sus polluelos y un enorme desfile de hormigas caminando con mucha prisa., y pensó:
!!! que linda es la vida!!
Y colgó su bastón en un árbol de manzanas, pues ya no lo necesitó.
Pobre Bruno, sin saberlo, el amor lo había transformado, y sin querer, se había enamorado de Ágata!
Una tarde, se puso un pantalón azul y una camisa blanca muy limpia y se fue al bosque a buscar una bellas flores de colores , las cuales le llevó a Ágata.
Al llegar a la casa de la ratoncita, se arregló la corbata, se volvió a peinar, se acomodó el saco y tocó en la puerta. Cuando Ágata salió, no lo reconoció, por estar tan bien arreglado, y sin bastón, pero Bruno, ya con sus anteojos limpios y sin lagañas en los ojos porque se bañó, pudo ver que Ágata era más hermosa que un ángel.
Cuando la saludó, la ratoncita supo que era Bruno, y que ya limpio, era un apuesto y juvenil caballero y otra vez lo invitó a pasar a su casa. Bruno le entregó las flores y Ágata se lo agradeció y las puso en un florero en el centro de la mesa.
Platicaron hasta que empezaron a cantar los grillos y brillaron las estrellas en el cielo, se contaron sus vidas y acordaron ser buenos amigos y visitarse mutuamente.
Así, pasaron muchos días y Bruno visitaba a Ágata y Ágata iba a la casa de Bruno, la cual, ahora estaba muy limpia y ordenada y hasta él mismo, horneaba las galletas para merendar, con una receta que le pidió a su abuela Chabela.
Así pasó despacio el tiempo, y una cálida tarde de Primavera, paseando por la orilla del río, Bruno, le agradeció a Ágata, el haberlo hecho un topo alegre, limpio y ordenado y le pidió que fuera su esposa, a lo cual la ratoncita accedió feliz, y ella le agradeció por su compañía, por las bellas flores que a diario le llevaba y por quererla tanto.
Y cuando el Sol se estaba ocultando en el horizonte, sellaron su compromiso de amor… con un gran beso.
FIN
Claudia Alhelí Castillo
29-03-13