Me pesa la vida entre las manos,
se me cansa la pena en el vacío,
ya los pasos se sienten solitarios
cuando el sol agoniza en el camino.
Aquí no canta la luz de la alborada,
no se siente ya en mi pecho ese latido
de besar las estrellas descarriadas
y amarrarlas al fragor de mis sentidos.
Y un anhelo se subleva en el espacio
y se alarga este clamor al infinito,
de romper el dolor encadenado
y que escape mi espíritu contrito.
De que mi alma en rosada estela,
con el adios de todos los gemidos,
mi polvo gris regrese a la tierra
y a mi Dios retorne agradecido.
Porque en El me refugio en dulce espera
de que lave el pesar de mis desvíos,
que me tome eternamente en su regazo
refrescando el desierto de mi hastío.
LEO HENRY