Antigua presunción. Podés tener la mirada más brillante y la sonrisa más espléndida. Te conozco demasiado bien. Cuando entrecruzamos pupilas tengo la certeza de que densos velos cubren esos ojos y todos los simpáticos gestos de tu rostro.
Oscuridad y secretos. Secretos graves. Y claro que no hablo de otra mujer. Esos espesos velos, que se apoderan del territorio de tu cara se comunican con pantanos. Sí, con pantanos. Porque presumo que escondés cuestiones oscuras y enredadas.
Tomo un par de copas y me atrevo a contarte mis ideas. Soy clara. Hablo y explico. Es sencillo. Guardás secretos muy propios que no deseas compartir conmigo. Y recuerdo cuando éramos una oda a la comunión.
Paso las noches en el borde de la cama. No quiero que me toques mientras estoy fortificada en la clausura de esta piel ética y seria. Sigue la distancia. Aumenta. Y los velos cada vez son más.
Creo que ya no existe luz alguna con que alumbrar las sílabas dispersas de nuestro código perdido.
Cuando mañana vayas a la oficina, guardaré mi ropa, mis libros y regresaré a mi departamento.