Un hombre se sienta a mi lado, una tarde soleada de Enero, en aquella placita humilde de mi barrio, los pájaros cantan, los niños ríen y los enamorados endulzan la escena. Tardé unos cuantos minutos en notar la presencia del anciano que miraba el arenero, cuando notó que yo lo miraba, se presentó y me contó que siempre me mira desde su negocio, que conoce a mis padres y abuelos de toda la vida y en un abrir y cerrar de ojos, me contó con lujo de detalles toda su vida. El hombre, hablaba sólo de su pasado y de manera tal, que terminé pensando, que en primer lugar, la sociedad es pésima ya desde su época y en segundo lugar, que el pobre anciano era una pobre víctima, un buen hombre a quien todos habían ultrajado.
Me despedí y seguí mi camino pensativa en todo lo que había escuchado, dolida, indignada y con miedo de que me toque vivir algo similar. Llegué a casa de mi abuela, como acostumbro cada tarde a la hora del té, para charlar un rato, me senté en una silla y sin esperar un instante, le conté la historia sin omitir detalle, y escuché las palabras más sabias que jamás había oído:
"¿Crees que la sombra opaca al sol o que es gracias a la penumbra que la luz es tan valorada?, la vida no es solo pasar por este mundo, vive quien deja su huella de amor y de perdón. Un hombre que vive de recuerdos grises, de rencores y de odio, murió hace tiempo. Si alguna vez buscas la fuente de la juventud, sólo mira el rostro de alguien que sufre y dale tu ayuda, mira las ofensas de quienes te lastiman y dales tu perdón, mirá a quienes te odien y amalos, y verás como toda la vida, vas a ser joven y vas a vivir por la eternidad."