Camino de Emaús
El desconcierto orientaba nuestros pasos
por el camino de regreso a casa,
tristes y aturdidos,
por lo vivido estos días de Pascua.
Creímos en Él y nos lo arrebataron
y ahora, solos, en un crepúsculo sin alba,
te acercaste, como quien no quiere la cosa,
y acompañaste nuestros pasos y nuestra charla.
Abriste nuestras mentes con tus sabias palabras
y entendimos que nada ocurre sin causa.
Desvelaste los misterios que estos días encerraban
intentando devolvernos un poco la esperanza.
Una vez llegando a casa
no dejamos que continuaras camino,
tanto anhelo teníamos de compartir contigo la mesa
que te pedimos bendijeras el Pan y el Vino.
Tu voz y tus palabras nos sonaron tan cercanas
que reconocimos en Ti al Amigo.
¿No es verdad que se inflamaba el corazón por el camino?
Y, cual renovados peregrinos,
retomamos el camino de regreso
al encuentro de los amigos.
Allí les contamos que era Él quien nuestra mesa bendijo,
a lo que ellos contestaron
que ya las mujeres se lo habían dicho…
El que creíamos muerto
¡Estaba VIVO!