Soy sincero, bien mío, al confesarte que llegaste a mi vida para aposentarte plácida- mente en lo más profundo de mi corazón.
Y desde entonces la obscuridad que había en mi covacha de sueños se transformó milagrosamente en luz de miríficos rayos que expulsaron de su seno las penumbras hacia ignorados confines.
Y desde entonces la tristeza que parecía enclavada para siempre en mi mundo de poeta sin musa, se convirtió en alegría con tus cánticos que parecen, por melodiosos, emanados de coros angelicales.
Tú, bien mío, tan distante en tiempo real pero cercana en tiempo poético, viniste a mi vida para evitar la muerte de las rosas, mirtos, claveles, gladiolas, claveles y lirios de ese jardín que sólo existe imaginariamente, pero que tú vivenciaste y bastó una gota de tu generoso amor para devolverles su luz y su perfume.
Las musas que alimentan mi universo poético me habían abandonado y tu presencia produjo el hechizo de hacerlas regresar.
Ahora escribo sólo para ti, aunque tú nada más me leas. Y creo que soy un poeta universal