María

Rictus

Cada noche es un ritual. Me quito el maquillaje. Utilizo cremas. Mi cutis queda perfecto. Me ducho. Me apronto para ir a la cama. Antes de acostarme me miro en el espejo de mi mesa de noche. Se reflejan las cicatrices del día que ya marcan surcos. Voy al toilette, que me devuelve la misma visión. Es inevitable. El dolor deja  secuelas que ya no tienen retorno.