Es un pleonasmo mirarte y latir,
porque tu lates en mi sangre y entonces vivo.
Es un tropo la peregrinación a tus labios
que me arden detrás del vitrificado impacto
que atan a mis ojos.
Desiste mi exánime mirada desnutrida de tu piel,
y se forjan músculos atónitos de una caricia.
Embargada en última gota de tiempo,
la fe se apaga y la realidad queda
esculpida en la espalda de este día.
Me beberé en vano la sed de saber
que la fresca distancia que se hace beso,
se tensa en los tendones de mis yemas
al tocar tu rostro callado y ausente,
pero indeleble.
¡Porqué tu sonrisa no desiste de la radiografía
sin color que tiraniza a mis ojos al caer
como brusca noche el telón de mis parpados!
¡Porqué al abrirlos, me doy cuenta que mis dientes
provocan el bisbiseo al dolor, al abrazarse
unos a otros con tanta fuerza,
provocando en mi mandíbula la metonimia
de saber que no te tengo!
Se prensan las palabras hasta adelgazar el llanto,
tan livianas a la deriva de vendavales de mutismo,
que ni siquiera puede vibrar el orgasmo de un grito exangüe,
desgranado por los dientes hambrientos del sollozo,
comido por lo abstracto, invernando debajo de las uñas
que arañan sin piedad la integridad del pecho.
Entonces es difícil respirar la espesa ausencia
que empala tu dulce belleza en lo más profundo
de mi corazón,
entonces no me resigno a estos muebles desnudos…
y me doy cuenta que antes de encontrarte, solo te pierdo.