A Darvelis
Desde que hace un milenio, dama mía, visitaste la covacha donde vivo en humildad, como el ermitaño que subsiste con lo poco que le obsequia la naturaleza, esa y las otras visitas que me has hecho, me han reconfortado el cuerpo y espíritu.
Estar contigo, desde esa remota fecha, que llevo grabada en la profundidad de la consciencia, como vivencia ideal, aunque sea un minuto cronómetro, es un gozo que mi debilucha condición de poeta sin lectores, por más que esfuerce la mente, no es capaz de describir.
Y hasta en la distancia real, doblegada por la distancia poética, percibo esa sublimidad expresada en perfume, en dulzura, en caricia, en luz, en agua de mirífico aljibe, en belleza.
Sí, dama mía, estoy contigo en la distancia inexistente en el amor.