Vagamente
recuerdo tu pequeña figura de pie
tras el cristal de la sala de espera,
te vi alejarte aunque quien se alejaba era yo,
sentado detrás de la ventana del pulman.
Me pareció escuchar
que una melodía sórdida definía
tu vida para entonces... Sola.
Silencios y ausencias que mediaron entre nos
desde que decidí dejarte en pos
de la aventura de mi vida
que en lozanos y tiernos brotes
me desbordaban el pecho
y las ansias de volar,
y de asentar los pies al mismo tiempo
en pasos firmes.
Soledades y ausencias, y nostalgias,
mientras los días se convertían en años,
y los años en silencios,
y cartas eventuales.
Alguna llamada por teléfono a larga distancia.
Y prolongados silencios entretanto.
Jamás quisiste abandonar tu soledad
empecinada en no se qué,
quizá en no dejar de percibirte dueña
de tu vida y de tu espacio.
Recuerdo subir con miedo la escalera
de tu casa esperando temeroso
encontrarte sin vida.
Más de una ocasión viví aquel duelo
y aquella incertidumbre.
Y más de una vez comprobé aliviado
que aun había vida en tu cuerpo
envejecido y corvo.
Cierta mañana un lustro hace,
llegué hasta tu casa y vi tu sufrimiento grave,
tu rictus de dolor perfilando
tu nariz y tus pómulos,
hundiendo más que nunca tus ojos ya opacos.
Y supe que había que atenderte con premura.
Pero la voluntad de Dios es firme,
y cuando llega, ya no hay cura
que pueda obrar.
Solo la misericordia de un descanso profundo
es la que espera al moribundo.
Y una vez más te vi
alejarte en el último suspiro de la vida,
aun antes pudiste perfilar mi barba
con tus manos tibias,
nunca volvimos a hablar después
que los vapores de la anestesia
entraron en tu cuerpo.
Pero sé que en tu agonía pudiste al menos
reconocer mi faz y quizá mi voz,
despidiendo tu sueño eterno.
Cuando todo pasó, y le dije a mi Colega: ¡Ha partido!,
tuvimos que dejarte así,
como aquella vez en el andén
detrás del ventanal de la sala de espera... Sola.
In memoriam