Carlos Fernando

Sola

Vagamente

recuerdo tu pequeña figura de pie

tras el cristal de la sala de espera,

te vi alejarte aunque quien se alejaba era yo,

sentado detrás de la ventana del pulman.

Me pareció escuchar

que una melodía sórdida definía

tu vida para entonces... Sola.

 

Silencios y ausencias que mediaron entre nos

desde que decidí dejarte en pos

de la aventura de mi vida

que en lozanos y tiernos brotes

me desbordaban el pecho

y las ansias de volar,

y de asentar los pies al mismo tiempo

en pasos firmes.

 

Soledades y ausencias, y nostalgias,

mientras los días se convertían en años,

y los años en silencios,

y cartas eventuales.

Alguna llamada por teléfono a larga distancia.

Y prolongados silencios entretanto.

Jamás quisiste abandonar tu soledad

empecinada en no se qué,

quizá en no dejar de percibirte dueña

de tu vida y de tu espacio.

 

Recuerdo subir con miedo la escalera

de tu casa esperando temeroso

encontrarte sin vida.

Más de una ocasión viví aquel duelo

y aquella incertidumbre.

Y más de una vez comprobé aliviado

que aun había vida en tu cuerpo

envejecido y corvo.

 

Cierta mañana un lustro hace,

llegué hasta tu casa y vi tu sufrimiento grave,

tu rictus de dolor perfilando

tu nariz y tus pómulos,

hundiendo más que nunca tus ojos ya opacos.

Y supe que había que atenderte con premura.

Pero la voluntad de Dios es firme,

y cuando llega, ya no hay cura

que pueda obrar.

Solo la misericordia de un descanso profundo

es la que espera al moribundo.

 

Y una vez más te vi

alejarte en el último suspiro de la vida,

aun antes pudiste perfilar mi barba

con tus manos tibias,

nunca volvimos a hablar después

que los vapores de la anestesia

entraron en tu cuerpo.

Pero sé que en tu agonía pudiste al menos

reconocer mi faz y quizá mi voz,

despidiendo tu sueño eterno.

Cuando todo pasó, y le dije a mi Colega: ¡Ha partido!,

tuvimos que dejarte así,

como aquella vez en el andén

detrás del ventanal de la sala de espera... Sola.

 

In memoriam