Como una pincelada de colores y de olores,
adormece entre las sierras, viejas sierras,
y la estrujan los verdores de pampa grande
y cultivada, se alzan ojos amarillos a los cielos
dibujados en blancos de hierro, hormigón
y cristales de mirar el horizonte.
Y hay vida tras de ellas, dentro de ellas,
y allá afuera se deslizan las veredas
llevando a las gentes presurosas
cuando aún es noche y se sienten los pasos
crujientes sobre tapices ambarinos de otoño,
se dejan caer los tañidos de las seis de la mañana
(o las siete, no sé bien),
bajando en un rocío de din, de don, de dindón,
que penetra como el frío y me levanta
del húmedo banco de la húmeda plaza somnolienta.
Así pasan a mi lado personas que dicen conocerme
y otras que dicen estimarme y otras que dijeron quererme
y pasan sin verme, como si yo no estuviera.
Y quizás no esté y sería tal vez bueno que no esté
aquí (ni allá), Tandil ciudad vituperada, ciudad alabada,
exaltada, adorada, odiada.
Se dejan caer los tañidos de las ocho, o las nueve
(no sé bien)
y el sol comienza a escarbar los ramajes,
quisiera darle la espalda y huir hacia el poniente,
con mis versos mediocres y deslucidos,
para encontrar otras gentes que me digan que me quieren
y otra vez lo mismo, otra vez pasarán sin conocerme
allá lejos, o acá cerca si es que al final me quedo
en mi plaza, en mi olvido y en Tandil, lugar amado.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
Hoy es el cumpleaños número 190 de Tandil (Provincia de Buenos Aires, República Argentina), mi ciudad por adopción.