Estoy enfermo de tu ausencia, amada, y la sonrisa que de mi rostro asoma a borbotones, cual de los volcanes la lava, cual de la botella la champaña o cual de la catarata el agua indomable, no transmite alegría.
Es esta sonrisa, amada, una máscara para disfrazar mi honda pena, ese filoso puñal que lacera, inclemente, mi debilucha carne, incapaz ya de resistir un dolor que sólo la esperanza de tu regreso, después de un milenio poético, lo mitiga. Y por eso río a carcajadas en lo alto de una montaña prodigiosa e imaginaria para oír el eco de esa risa. Y regocijarme. Y sentirte a mi lado observando el paso raudo de las aves hacia sus nidos.
¡Oh, melancolía que me devora el alma! ¡Oh, melancolía compañera de mis penas que sólo tu amor cura, amada!
¿Alejarás de mi pobre alma esa melancolía que me devora lentamente con calculada perversidad?