Qué súbito color se pinta la calma,
en la tristeza,
racimos de corazones arrojados en la acera.
Nadie los contempla, nadie se detiene a esculcar
el desfalco proverbial de su memoria.
Le pasan de largo por la vena que tiene una casa rota.
Los miramos con ojos de noche y conciencia de monte
esquilando la oquedad mortuoria del ladrillo que nos cuelga
del pecho. Dos niños juegan encima de ellos, a la Rayuela.
Recordamos
La presencia de un poste que nos bendijo con estrellas en la frente,
la prueba espiritual en la santidad verdosa que exprimen las palomas.
(Devotos del milagro les echamos más pan a las beatas)
Nosotros, en medio de la vida definiendo una noticia amarillista
en revistas con historias robadas de cuevas prehistóricas y papeles futuristas.
Un saltamontes,
el amor es un saltamontes que tiene un ciempiés como enemigo.
El corazón
Mejor, alucinemos:
Basura disparada a un cuadro de Van Gogh
Chaplin tiene la lengua roja en su última película
La vanguardia se deleita en una lata de frituras.
O resucitemos
Resucitemos en medio del sueño y soñemos
-El final de un sueño-
Despertemos en el camaleón moribundo
De una acera con lacras minimalistas.
Los niños juegan a la Rayuela
Dan dos brincos, contemplan el cielo
Sin atisbar el ángel que llevan en su flecha.
Un lazarillo recorre con su bastón, detalladamente
dos líneas del pavimento.
Cara. Sello.
Qué desolación.