(Poema dedicado a un hermoso pueblito de Boyacá)
En regio trono de montañas sentada
en medio de un valle do los querubes
hicieron moradas divinas, graciosas,
prendidas del cielo con hilos plateados.
En medio de fuentes de pinos y flores,
se encuentra feliz y apacible “La Uvita”,
sus gentes sencillas y buenas la adornan
de prados, sembrados, bosques y rosas.
Sus lindas mañanas llenaron mi alma
de mucha alegría, de tanta emoción,
el sol que besa sus campos entraba
en ella animando mi vida y mis sueños.
Paisajes floridos, cascadas risueñas,
las aves canoras, los bosques umbrosos,
las rocas erguidas, los montes tendidos,
la luna, el sol, las estrellas, las nubes,
el cielo, la tierra, la iglesia y el pueblo
conjugan gracioso paisaje variado
que mi alma, mi mente y todo mi ser
gozaron serenos y plenos de amor.
Las fuentes arrullan su sueño tranquilo,
los grillos lo velan coreando canciones,
las aves despiertan con suaves gorjeos
del sueño profundo los dulces encantos.
El sol matinal al levante sonríe,
fulgente del monte en la cumbre escarpada
y ya del poniente, con rayos rojizos,
matices dorados le da a sus viviendas.
Sus noches de luna, con miles luceros,
la cubren con manto plateado o azulado
y aquellas oscuras, las salpican cocuyos
noctámbulos faros que alumbran pausados
yendo y viniendo, errantes, serenos,
la noche alumbrando en su vuelo callado.
¡La Uvita querida! Quedaste tan lejos,
qué inmensas montañas de tí me separan,
allá tras los cerros te miro graciosa
sentada cual reina en medio de rocas.
En tí se pasaron gozosos los días
de un año que no volverá con sus risas
y santos amores que atrás se quedaron,
perdidos en medio del tiempo que pasa.
Del tiempo que pasa llevando ilusiones
perdidas en una quimera salvaje,
quimera que muestra de endechas la vida
del hombre, envuelta en dolor y llanto.
Allá se quedaron tus calles, tus casas,
tu parque de flores bellísimas lleno,
tus campos pujantes de vida y verdor,
de mieses doradas, de frutos prolijos.
Pues es “La Uvita” de mieses granero,
de pastos pradera, de flores jardín,
de Dios semillero, recreo de santos,
de María pedestal, de querubes ensueño.
Y todo me ofrece con cuadros hermosos,
poema que bulle en mis venas profundas,
poema que canta a tanta belleza,
poema que ofrezco sincero a María.
¡María del Tabor! mi señora querida,
que imperas desde ese tu trono de gloria,
que riges de un pueblo el destino
por recto sendero de flores y triunfos sembrado.