Cuando estuve enfermo, me visitaste.
Sin conocerme. Solo era tu vecino.
Hacía muy poco tiempo
que estabas en nuestro barrio.
Eso sucedió... hace unos años.
Hacía muy poco tiempo
que me había jubilado.
El Banco nos ofreció retiro voluntario,
y fui uno de los que se adhirieron.
Tú habitabas tu casa con tu madre.
Cuando llegaste, y de casualidad
nos encontrábamos, nos saludábamos
como dos buenos vecinos.
Sentimos una atracción,
digamos, fraternal, en esos momentos.
Un día, te enteraste que yo
estaba con un tremendo resfriado.
Llamaste a mi departamento
tocando timbre. Te atendió mi hermana.
Yo estaba solo, sentimentalmente.
Mi pareja, una hermosa mujer
con la cual mantuve una relación
de cuatro años, se fue de mi vida.
Adujo que no soportaba mi carácter,
mis exigencias, mi pretensión de mantener
todo limpio, todo brillante, todo ordenado. Hasta le exigía,
no, soy muy drástico, le pedía,
que colocase en la mesa los cubiertos
como correspondía.
Me llamaba" Míster Hopkins",
por el personaje que dicho actor
hacía en la película "Lo que queda del día".
Sí, era exigente, peligrosamente exigente.
No me bancaba. Hasta que un día,
dio un portazo, y me quedé solo.
Y apareciste tú en mi vida.
Pero en esta oportunidad,
no eras tú la que
a mí me atendía.
Era yo el que te atendía a ti.
Te visitaba a ti y a tu madre
en tu casa, cerquita de la mía.
Tú vivías en tu casa, y yo en la mía.
Intercambiábamos momentos de soledad.
Momentos de compañía, de amistad,
de entendimiento, de comprensión,
de afinidades, nuestras almas
se unieron, como nuestros cuerpos.
Tú me comprendías, y yo a ti.
Formábamos la pareja ideal,
pero cada uno en su respectiva casa.
Esta no ha sido mi única
relación sentimental.
Estuve a punto de casarme,
pero me gusta ser un hombre libre,
me gusta que me amen y me gusta amar.
Tú me brindaste ese amor.
Me aceptaste. Te acepté.
Después, llegó mi ausencia, tu soledad.
Después, llegó tu soledad, mi ausencia.
Otra vez solo. Otra vez en tu soledad.
Unimos nuestras soledades,
y nos separamos porque fue lo mejor.
Tú me sigues amando en silencio.
Mi silencio es amarte en mi soledad.
¿esto es una realidad?
no, esto es un sueño.
Despierto. Abro mis ojos.
Son las seis de la mañana.
Toco timbre en tu casa.
Me atiendes. Te extrañas. Te sorprendes.
Me disculpo. Te tiendo la mano.
Nos miramos. Sonreímos. Nos abrazamos.
Me invitas a pasar. Tu madre duerme.
Dices que profundamente.
Entro. Vamos hacia tu habitación.
Tú en pijama. También yo.
Comenzamos a desnudarnos.
Nos acostamos en tu cama.
"¿Con quién estás querida?",
pregunta tu madre.
"Con su amor, mamá", le respondo.
Todos los derechos reservados del autor ( Hugo Emilio Ocanto - 06/04/2013)