Cuando llegue el día de mi muerte, te digo a ti, amiga y amigo:
No llores, festeja el gran triunfo se mi ser sobre el dolor y el llanto.
Que la risa sea para ti la mejor arma contra las adversidades de la vida.
Que el dolor solo sea el medio por el cual se aprende a vivir, no el camino para morir.
Que cada momento de sufrimiento, sea para ser, crecer y vivir.
Recuerda que las veces que me viste llorar solo fueron para desahogarme, nunca para derrumbarme.
Las veces que me viste reír, fueron para sanar el alma, nunca para enfermar de indiferencia.
Las veces que platicamos y compartimos el tiempo, fueron para crecer como seres humanos, nunca para derribar otras vidas.
Las veces en que yo te apoyé, fueron para demostrarte que puedes contar conmigo, no para hacerte débil y dependiente.
Las veces que me apoyé en ti, no fueron por debilidad si no para demostrarte lo importante y necesario que eres para mi.
Las ocasiones en que festejamos juntos, nunca fueron para darte mal ejemplo, si no para demostrarte que también siento, vivo y amo.
Las veces que te regañé o te hice llorar, nunca lo disfruté, pero era mí debes ayudar a que entendieras parte de la vida que estás viviendo.
Las veces que recibiste mis palabras de consuelo, fueron para levantarte, no para hacerte frágil ante el dolor.
Cada vez que doblé mis rodillas en oración, no fue para perder el tiempo, si no para hacerte humilde ante la voluntad de Dios.
Misma voluntad que se cumple hoy al haberme llamado ante su presencia para hacerme descansar del oprobio y dolor del mundo, en el que estamos y por tanto te digo el día de hoy:
No odies a Dios por hacer su voluntad sobre mí, al contrario, bendícele y alábale cada que puedas por que es una oportunidad para sentirte vivo.
Y en cuanto a ti, sonríe, vive, ama, perdona, goza, disfruta cada momento, pero sobre todo, no te dejes vencer.