Un conejo saltaba distraído
por un bello campo florecido.
Sus ojos vivaces y despiertos
eran centinelas en el campo abierto.
Sus orejas con su agudeza en el oído
lo alertaban siempre del peligro.
Sus patas diestras y entrenadas
listas estaban para la escapada.
Andando por el camino del conejo
andaba un cazador diestro y certero.
Tenía habilidad con su escopeta
con la que daba cacería a sus presas.
el inocente conejo, solo pastar deseaba
y el cazador sigiloso, lo apuntaba.
y en aquel campo que florecía
el cazador afinaba puntería.
y quiso por esta vez el destino
que hubiese falla en el gatillo.
y que a pesar de la experiencia y tino
el disparo no cumplió su cometido.
La vida al conejo le dio una lección
de andar más activo, sin distracción.
Y otra lección al cazador se le daba
de mantener su arma, bien preparada.
Y allí en ese campo lleno de espesura
huyó el conejo de una muerte segura.
Y el cazador lleno de ira y tristeza
vivió la frustración de perder su presa.
Lástima que experiencias como la que escribí
casi nunca tengan final feliz.
Por lo pronto amigo lector
mi final fue distinto al que usted pensó.
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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